miércoles, 8 de abril de 2015

Despedida


Cuando hace unos meses me fui a vivir a Italia por motivos de trabajo sabia que la distancia con mi Amo no serie fácil de llevar para ninguno de los dos. Con la distancia no solo desaparecía la posibilidad de vernos con frecuencia, sino que desaparecía también la posibilidad de una llamada en cualquier momento pidiendo mi presencia y mi entrega. Esas llamadas traían consigo a veces alguna dura prueba, prueba que yo temía pero que aceptaba dócilmente buscando mi satisfacción en cumplir sus caprichos y a veces deseos más perversos.

Lo que complico definitivamente la situación fue de nuevo mi cambio de residencia temporal a Asia. La distancia física y horaria hacia casi imposible los encuentros y nuestra relación siempre había sido muy lejana de lo virtual.

En las últimas semanas me había sido impuesta una abstinencia sexual que logro destrozarme los nervios. Estaba dispuesta a no fallar, es más, mi objetivo era seducirle a Él y que fuese por lo tanto Él quien no resistiese. Pero siempre me demostró un increíble control y fuerza mental, motivo por el que le admiro y una de las causas fundamentales de mi entrega.

El sexo nunca ha sido una obsesión pero esa abstinencia, el momento elegido para ella y la forma en que decidió que terminase me humillaron tremendamente. Me humillaba sentir el deseo sexual, incluso hacia hombres en los que jamás me habría fijado. Me humillaba reconocerme como perra en celo. Y me humillo cuando decidió concederme el alivio a mi deseo, no solo por el modo que eligió, sino porque lo disfrute, física pero no mentalmente.

Me había demostrado una vez más que era suya, que podía hacer conmigo lo que quisiese y yo estaba, de nuevo, fascinada y enfadada.

El traslado a Asia fue definitivo. Después de la prueba de abstinencia la distancia me resultaba insoportable y decidí solicitar mi libertad. Él ya me lo había sugerido en alguna ocasión.

Quería que nuestra última cita fuese inolvidable para ambos y tuviese relación con el modo en que comenzamos. Le compre un cinturón, ese sería mi regalo de despedida, conocía bien su gusto en utilizarlo sobre mi piel. Me tome mi tiempo en ir de tiendas, pensar en el juego que haría con su ropa y cuando acariciaba el cuero imaginaba como lo sentiría sobre mi cuerpo.

Elegí para la cita nuestra ropa fetiche. Medias y conjunto interior de Agent Provocateur, zapatos de tacón extremo de Miu Miu, traje de seda de Armani  y gabardina de Max Mara. Todo negro, sin ninguna concesión al color, para poder destacar el rojo de mis labios.

Cenamos en un restaurante de moda, como era entresemana estaba tranquilo. Hablamos de nuestro año y medio juntos, las experiencias, las fiestas y eludimos hablar de lo que sentíamos en ese momento.

Al final de la cena le entregué el cinturón que con una nota que decía “márcame, por favor”.

Llegamos al hotel donde habíamos tenido el primer encuentro. Deje caer el vestido y me quite el sujetador, luego lentamente deje deslizar las bragas sobre las medias hasta el suelo. Puse las manos en la nuca dejando dejando accesible todo mi cuerpo. Abrí ligeramente las piernas y cerré los ojos.

Enseguida comenzó a acariciarme con el cinturón, la espalda, las nalgas, el pecho.

“Dime un numero”

Era el inicio del juego que tantas veces habías practicado. Yo debía adivinar el número de golpes que Él había escrito en un papel. Si mi número era mayor al escrito, el numero de golpes  que me daría seria el elegido por mí misma, pero si era menor significaba que yo no había entendido lo que Él esperaba y por tanto el numero de golpes seria el doble de los escritos por Él en el papel. Siempre me había parecido un juego perverso y me obligaba a apostar alto.

No dude en apostar altísimo esta vez

“Cien”

“Serán cien entonces, mi numero era mucho menor. Enhorabuena”

Comenzaron los golpes y yo a contar, uno, dos ….

Eran golpes fuertes y firmes, de vez en cuanto uno más fuerte de lo normal. Se centro en la espalda y nalgas pero al girar el cinturón a veces me alcanzaba el pecho. Trate de mantenerme quieta, no gemir pero me fue difícil contenerme. Si me movía el golpe volvía exactamente sobre el mismo sitio mucho más fuerte.

Antes del número veinte comencé a llorar. La mezcla de dolor, rabia y tristeza hizo su efecto. No trate de contener el llanto y seguí contando; dieciocho, diecinueve, veinte, atragantada por el llanto.

Siguió castigándome y me sentí de nuevo totalmente suya. Me volvió a admirar su control de mi voluntad.

Por mi mente pasaron mil cosas, mil momentos, mil contradicciones pero eso no evitaba que sintiera el dolor a cada golpe, 32, 33, 34.

Paró a los 50. Era como si todos los sonidos hubiesen cesado y el silencio lo invadió todo solo roto por mis cada vez más contenidos sollozos.

Me llevo a la cama y el placer supero con creces el dolor dejado por los golpes de cinturón. De nuevo me demostró su conocimiento de mi cuerpo y lo que necesita en cada momento. Llore también, esta vez por la sensación de vacío que me producía esa última noche.

Me hice la dormida cuando se marcho por la mañana. No me sentía con fuerzas para una despedida

El cinturón estaba encima de la mesilla con una nota.

“Guárdalo para cuando decidas volver, aun quedan 50 golpes. Ah y la prueba de admisión no será sencilla, pero la superaras. Te voy a echar de menos”

Aun tengo las marcas del cinturón y las miro cada día en el espejo. Poco a poco van desapareciendo.

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Acabo de enterarme y lo lamento por ambos. Suerte en tu nueva etapa. Master Hard.

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    1. Gracias Señor. Me alegro de haber estado en contacto con Ud. Le deseo también lo mejor y es posible que volvamos a coincidir. Quien sabe.
      Le agradezco sus conversaciones y la atención que me presto.
      Hasta pronto ...tal vez

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