domingo, 3 de mayo de 2015

Vida Vainilla


Volver al mundo vainilla ha sido como bajarse de una montaña rusa, los pies tocan la tierra y el corazón retoma su pulso normal, la tranquilidad te invade pero ya no hay emociones, cualquier sorpresa te parece predecible, las vidas de la gente monótonas y tu cuerpo y mente no han eliminado los restos de la sustancia que te creaba la adicción.

Es un hombre atractivo y se me había aproximado repetidas veces mientras yo servía a mi Amo. Ahora que volvía a ser una chica vainilla decidi aceptar su invitación a cenar.

Tuve dudas en la elección de mi vestimenta. Sexy si pero ¿moderada? ¿insinuante? ¿extrema? ¿debía incluir algún toque que recordase mi pasado de sumisa?.

El no me inspiraba ningún comportamiento sumiso pero quise probar si yo me sentiría sumisa frente a él o si él tomaría ese role. Asi que opte por atuendo insinuante. Quería saber hasta qué punto se atrevería a tomarme y con que decisión lo haría.

Me llevo a uno de los restaurantes trendy mas orientados a ver y ser vistos que a la calidad del menú. Conversación convencional con aproximaciones tímidas a la seducción. Trataba de ocultar sus miradas a mi escote o mis piernas y eso me divertía y molestaba, acostumbrada a otras miradas penetrantes y seguras de quien sabe lo que quiere y va a tomar.

Prolongo la noche en un bar de copas probablemente porque no sabía cómo dar el paso definitivo. Yo no lo facilitaba tampoco. Estaba allí, disponible pero tendría que ser él quien me tomase. La noche avanzaba y nosotros íbamos de local en local. En la barra de uno me paso el brazo por la cintura y me beso. Le  deje. Eso le animo a terminar la peregrinación de locales y se decidió por fin a invitarme a su casa.

Trate de que disfrutase pero no conseguí hacerlo yo. Imagine otras situaciones en las que me había costado contener el orgasmo, en las que había pedido permiso para correrme, en las que habían utilizado mi cuerpo sin miramientos y a la vez en las que me habían hecho disfrutar enormemente. Ni siquiera con ese vuelo a situaciones pasadas conseguí excitarme suficientemente. Sus movimientos torpes e inseguros me devolvían a realidad de aquella cama. Dude si fingir un orgasmo como había con los clientes en las ocasiones en las que mi Amo me había prostituido, pero pensé que no se lo merecía.

La luz de primera hora de la mañana descubría las marcas en mi espalda y nalgas que el último castigo de mi Amo había dejado. Desaparecían poco a poco pero mantenían aun su tono amoratado. Las vio extrañado y me pregunto qué me había ocurrido sin tener la menor idea del origen.

“Me castigaron con un cinturón” , respondí.

“¿Cómo?”

“Si lo que has oído, con un cinturón, ME LO MERECIA”

Su gesto de incomprensión y terror me causó un profundo desprecio.

miércoles, 8 de abril de 2015

Despedida


Cuando hace unos meses me fui a vivir a Italia por motivos de trabajo sabia que la distancia con mi Amo no serie fácil de llevar para ninguno de los dos. Con la distancia no solo desaparecía la posibilidad de vernos con frecuencia, sino que desaparecía también la posibilidad de una llamada en cualquier momento pidiendo mi presencia y mi entrega. Esas llamadas traían consigo a veces alguna dura prueba, prueba que yo temía pero que aceptaba dócilmente buscando mi satisfacción en cumplir sus caprichos y a veces deseos más perversos.

Lo que complico definitivamente la situación fue de nuevo mi cambio de residencia temporal a Asia. La distancia física y horaria hacia casi imposible los encuentros y nuestra relación siempre había sido muy lejana de lo virtual.

En las últimas semanas me había sido impuesta una abstinencia sexual que logro destrozarme los nervios. Estaba dispuesta a no fallar, es más, mi objetivo era seducirle a Él y que fuese por lo tanto Él quien no resistiese. Pero siempre me demostró un increíble control y fuerza mental, motivo por el que le admiro y una de las causas fundamentales de mi entrega.

El sexo nunca ha sido una obsesión pero esa abstinencia, el momento elegido para ella y la forma en que decidió que terminase me humillaron tremendamente. Me humillaba sentir el deseo sexual, incluso hacia hombres en los que jamás me habría fijado. Me humillaba reconocerme como perra en celo. Y me humillo cuando decidió concederme el alivio a mi deseo, no solo por el modo que eligió, sino porque lo disfrute, física pero no mentalmente.

Me había demostrado una vez más que era suya, que podía hacer conmigo lo que quisiese y yo estaba, de nuevo, fascinada y enfadada.

El traslado a Asia fue definitivo. Después de la prueba de abstinencia la distancia me resultaba insoportable y decidí solicitar mi libertad. Él ya me lo había sugerido en alguna ocasión.

Quería que nuestra última cita fuese inolvidable para ambos y tuviese relación con el modo en que comenzamos. Le compre un cinturón, ese sería mi regalo de despedida, conocía bien su gusto en utilizarlo sobre mi piel. Me tome mi tiempo en ir de tiendas, pensar en el juego que haría con su ropa y cuando acariciaba el cuero imaginaba como lo sentiría sobre mi cuerpo.

Elegí para la cita nuestra ropa fetiche. Medias y conjunto interior de Agent Provocateur, zapatos de tacón extremo de Miu Miu, traje de seda de Armani  y gabardina de Max Mara. Todo negro, sin ninguna concesión al color, para poder destacar el rojo de mis labios.

Cenamos en un restaurante de moda, como era entresemana estaba tranquilo. Hablamos de nuestro año y medio juntos, las experiencias, las fiestas y eludimos hablar de lo que sentíamos en ese momento.

Al final de la cena le entregué el cinturón que con una nota que decía “márcame, por favor”.

Llegamos al hotel donde habíamos tenido el primer encuentro. Deje caer el vestido y me quite el sujetador, luego lentamente deje deslizar las bragas sobre las medias hasta el suelo. Puse las manos en la nuca dejando dejando accesible todo mi cuerpo. Abrí ligeramente las piernas y cerré los ojos.

Enseguida comenzó a acariciarme con el cinturón, la espalda, las nalgas, el pecho.

“Dime un numero”

Era el inicio del juego que tantas veces habías practicado. Yo debía adivinar el número de golpes que Él había escrito en un papel. Si mi número era mayor al escrito, el numero de golpes  que me daría seria el elegido por mí misma, pero si era menor significaba que yo no había entendido lo que Él esperaba y por tanto el numero de golpes seria el doble de los escritos por Él en el papel. Siempre me había parecido un juego perverso y me obligaba a apostar alto.

No dude en apostar altísimo esta vez

“Cien”

“Serán cien entonces, mi numero era mucho menor. Enhorabuena”

Comenzaron los golpes y yo a contar, uno, dos ….

Eran golpes fuertes y firmes, de vez en cuanto uno más fuerte de lo normal. Se centro en la espalda y nalgas pero al girar el cinturón a veces me alcanzaba el pecho. Trate de mantenerme quieta, no gemir pero me fue difícil contenerme. Si me movía el golpe volvía exactamente sobre el mismo sitio mucho más fuerte.

Antes del número veinte comencé a llorar. La mezcla de dolor, rabia y tristeza hizo su efecto. No trate de contener el llanto y seguí contando; dieciocho, diecinueve, veinte, atragantada por el llanto.

Siguió castigándome y me sentí de nuevo totalmente suya. Me volvió a admirar su control de mi voluntad.

Por mi mente pasaron mil cosas, mil momentos, mil contradicciones pero eso no evitaba que sintiera el dolor a cada golpe, 32, 33, 34.

Paró a los 50. Era como si todos los sonidos hubiesen cesado y el silencio lo invadió todo solo roto por mis cada vez más contenidos sollozos.

Me llevo a la cama y el placer supero con creces el dolor dejado por los golpes de cinturón. De nuevo me demostró su conocimiento de mi cuerpo y lo que necesita en cada momento. Llore también, esta vez por la sensación de vacío que me producía esa última noche.

Me hice la dormida cuando se marcho por la mañana. No me sentía con fuerzas para una despedida

El cinturón estaba encima de la mesilla con una nota.

“Guárdalo para cuando decidas volver, aun quedan 50 golpes. Ah y la prueba de admisión no será sencilla, pero la superaras. Te voy a echar de menos”

Aun tengo las marcas del cinturón y las miro cada día en el espejo. Poco a poco van desapareciendo.

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 8 de enero de 2015

Moda, Arte y Sumisión




La exposición temporal del museo Thyssen en Madrid sobre el modisto Givenchy muestra la relación entre la moda y el arte o lo que es lo mismo entre el concepto de lo femenino y el arte. Los diseños de los trajes resaltan el cuerpo de la mujer y su sensualidad a la vez que lo exhiben a las miradas extrañas.

Elegancia, sofisticación y también esa componente de “objeto de deseo”. Vestidos y complementos que insinúan y juegan con el misterio de antifaces (Audrey Hepburn) y velos (condesa de Windsor). El negro como color fetiche representando la noche, tal vez lo prohibido.
 
 
 
 

Como sumisa he cuidado siempre mi vestimenta para una cita con mi Amo. He tenido en cuenta los aspectos que el otro día vi en la exposición del Thyssen. Elegancia, sofisticación, insinuación y discreta exhibición. Viendo la exposición entendí lo que mi Amo tantas veces me ha dicho; “objeto de deseo”, “obra de arte”.
 
 

La visita al museo fue como si de repente mis ideas se ordenasen y todo aquello que había sentido y hecho de una forma intuitiva quedase explicado y reafirmado. Recorrer los salones o pasarelas de una fiesta BDSM vestida para atraer las miradas sobre mí y despertar en los extraños observadores el deseo por lo que ven (objeto de deseo) y la envidia de quien lo posee, no es algo diferente a lo que tantas mujeres han hecho en fiestas y recepciones vistiendo aquellos maravillosos trajes de Givenchy acompañando a sus “Amos” , presidentes de gobierno, empresarios o actores.
 
 

Nos vestimos para nosotras, es cierto, somos coquetas y narcisistas, pero esa cuidada elección de nuestra vestimenta no tendría sentido si no estuviese en ultimo termino orientada a nuestros dueños y por extensión a todos aquellos que quieran fantasear con poseernos alguna vez. A nuestros Amos quedará el derecho y el orgullo de “exhibir o prestar sus obras de arte”.