Todas las prohibiciones desatan el deseo de saltárselas y
aquello que ha sido prohibido se convierte de repente en lago deseado. Si la
prohibición se mantiene, lo prohibido se convierte en una obsesión, algo que
nunca te había obsesionado se transforma en tu único pensamiento.
Necesitaba el sexo como nunca. Cuando nos veíamos o hablábamos surgía dentro de mí un grito interno, fóllame, que nunca me atreví a expresarte en voz alta, aunque trate de mostrar todas mis limitadas herramientas de seducción a las que me consta que no eras completamente inmune. Así mi tortura se convertía de algún modo también en la tuya y mantenía la esperanza de que te rindieses.
Quería que fueses tu,
mi Señor, quien me liberase del deseo pero al final ya me daba igual, solo
quería esa liberación de mis nervios y el grito interno ya no se dirigía solo a
ti sino que se convertía en una llamada general, fóllame.
Cada día que pasaba la obsesión aumentaba y a la vez me
sentía orgullosa de haber resistido. Sin darme cuenta me recreaba con imágenes
de encuentros anónimos, veloces, violentos. Ordenaba después mi cabeza y me
alejaba de aquel mundo hasta que de pronto ese mundo volvía, a mi mente, a mi
cuerpo.
Una vez más me has hecho experimentar algo completamente
desconocido para mí, el deseo sexual
obsesivo. Me has hecho descubrir que mi mente se puede volver loca si mi
cuerpo no es usado. Me has hecho adicta …… adicta
a ti Mi Señor