Cuando hace
unos meses me fui a vivir a Italia por motivos de trabajo sabia que la
distancia con mi Amo no serie fácil de llevar para ninguno de los dos. Con la
distancia no solo desaparecía la posibilidad de vernos con frecuencia, sino que
desaparecía también la posibilidad de una llamada en cualquier momento pidiendo
mi presencia y mi entrega. Esas llamadas traían consigo a veces alguna dura
prueba, prueba que yo temía pero que aceptaba dócilmente buscando mi
satisfacción en cumplir sus caprichos y a veces deseos más perversos.
Lo que
complico definitivamente la situación fue de nuevo mi cambio de residencia
temporal a Asia. La distancia física y horaria hacia casi imposible los
encuentros y nuestra relación siempre había sido muy lejana de lo virtual.
En las
últimas semanas me había sido impuesta una abstinencia sexual que logro
destrozarme los nervios. Estaba dispuesta a no fallar, es más, mi objetivo era
seducirle a Él y que fuese por lo tanto Él quien no resistiese. Pero siempre me
demostró un increíble control y fuerza mental, motivo por el que le admiro y
una de las causas fundamentales de mi entrega.
El sexo
nunca ha sido una obsesión pero esa abstinencia, el momento elegido para ella y
la forma en que decidió que terminase me humillaron tremendamente. Me humillaba
sentir el deseo sexual, incluso hacia hombres en los que jamás me habría fijado.
Me humillaba reconocerme como perra en celo. Y me humillo cuando decidió
concederme el alivio a mi deseo, no solo por el modo que eligió, sino porque lo
disfrute, física pero no mentalmente.
Me había
demostrado una vez más que era suya, que podía hacer conmigo lo que quisiese y
yo estaba, de nuevo, fascinada y enfadada.
El traslado
a Asia fue definitivo. Después de la prueba de abstinencia la distancia me
resultaba insoportable y decidí solicitar mi libertad. Él ya me lo había
sugerido en alguna ocasión.
Quería que
nuestra última cita fuese inolvidable para ambos y tuviese relación con el modo
en que comenzamos. Le compre un cinturón, ese sería mi regalo de despedida,
conocía bien su gusto en utilizarlo sobre mi piel. Me tome mi tiempo en ir de
tiendas, pensar en el juego que haría con su ropa y cuando acariciaba el cuero
imaginaba como lo sentiría sobre mi cuerpo.
Elegí para
la cita nuestra ropa fetiche. Medias y conjunto interior de Agent Provocateur,
zapatos de tacón extremo de Miu Miu, traje de seda de Armani y gabardina de Max Mara. Todo negro, sin
ninguna concesión al color, para poder destacar el rojo de mis labios.
Cenamos en
un restaurante de moda, como era entresemana estaba tranquilo. Hablamos de
nuestro año y medio juntos, las experiencias, las fiestas y eludimos hablar de
lo que sentíamos en ese momento.
Al final de
la cena le entregué el cinturón que con una nota que decía “márcame, por
favor”.
Llegamos al
hotel donde habíamos tenido el primer encuentro. Deje caer el vestido y me
quite el sujetador, luego lentamente deje deslizar las bragas sobre las medias
hasta el suelo. Puse las manos en la nuca dejando dejando accesible todo mi
cuerpo. Abrí ligeramente las piernas y cerré los ojos.
Enseguida
comenzó a acariciarme con el cinturón, la espalda, las nalgas, el pecho.
“Dime un
numero”
Era el
inicio del juego que tantas veces habías practicado. Yo debía adivinar el
número de golpes que Él había escrito en un papel. Si mi número era mayor al
escrito, el numero de golpes que me
daría seria el elegido por mí misma, pero si era menor significaba que yo no
había entendido lo que Él esperaba y por tanto el numero de golpes seria el
doble de los escritos por Él en el papel. Siempre me había parecido un juego
perverso y me obligaba a apostar alto.
No dude en
apostar altísimo esta vez
“Cien”
“Serán cien
entonces, mi numero era mucho menor. Enhorabuena”
Comenzaron
los golpes y yo a contar, uno, dos ….
Eran golpes
fuertes y firmes, de vez en cuanto uno más fuerte de lo normal. Se centro en la
espalda y nalgas pero al girar el cinturón a veces me alcanzaba el pecho. Trate
de mantenerme quieta, no gemir pero me fue difícil contenerme. Si me movía el
golpe volvía exactamente sobre el mismo sitio mucho más fuerte.
Antes del número
veinte comencé a llorar. La mezcla de dolor, rabia y tristeza hizo su efecto.
No trate de contener el llanto y seguí contando; dieciocho, diecinueve, veinte,
atragantada por el llanto.
Siguió castigándome
y me sentí de nuevo totalmente suya. Me volvió a admirar su control de mi
voluntad.
Por mi mente
pasaron mil cosas, mil momentos, mil contradicciones pero eso no evitaba que
sintiera el dolor a cada golpe, 32, 33, 34.
Paró a los
50. Era como si todos los sonidos hubiesen cesado y el silencio lo invadió todo
solo roto por mis cada vez más contenidos sollozos.
Me llevo a
la cama y el placer supero con creces el dolor dejado por los golpes de cinturón.
De nuevo me demostró su conocimiento de mi cuerpo y lo que necesita en cada
momento. Llore también, esta vez por la sensación de vacío que me producía esa última
noche.
Me hice la
dormida cuando se marcho por la mañana. No me sentía con fuerzas para una
despedida
El cinturón estaba
encima de la mesilla con una nota.
“Guárdalo
para cuando decidas volver, aun quedan 50 golpes. Ah y la prueba de admisión no
será sencilla, pero la superaras. Te voy a echar de menos”
Aun tengo
las marcas del cinturón y las miro cada día en el espejo. Poco a poco van
desapareciendo.