¿Por qué te gusta ver
mi dolor? ¿Por qué disfruto tanto entregándotelo?
Hoy no será uno de esos castigos que me aplicas cuando he cometido algún error, hoy es uno de esos días en los que me vas a llevar al límite, tal vez a uno nuevo, siempre hay un más allá, me lo has demostrado muchas veces. En estos días aprendo a temer el castigo. En estos días te odio y me odio.
Hoy no será uno de esos castigos que me aplicas cuando he cometido algún error, hoy es uno de esos días en los que me vas a llevar al límite, tal vez a uno nuevo, siempre hay un más allá, me lo has demostrado muchas veces. En estos días aprendo a temer el castigo. En estos días te odio y me odio.
Te odio por
maltratar mi cuerpo, por saber qué partes son sensibles en cada momento y
actuar sobre ellas, por no darme respiro cuando pienso que ya no puedo más, por
hacerme llorar como jamás he llorado, porque no te importa dejarme marcas que tendré
que ocultar en mi vida cotidiana, por ejemplo en el vestuario del gimnasio.
Te odio por
esa mezcla diabólica de violencia y ternura que me aplicas y me desconcierta
tanto. Nadie me ha tratado jamás tan duramente ni me ha dado tampoco esa
ternura tuya. Te odio porque cuando ansío el placer y tienes mi cuerpo a tu disposición me aplicas dolor.Me odio por admitirlo, por excitarme con el miedo, por suplicarte piedad, por llorar, por desear esas migajas de cariño entre el dolor, por no gritar las palabras que pasan por mi mente cuando comienzas de nuevo el castigo sobre una parte de mi cuerpo dolorida y que por un instante pensé que habías liberado; hijo de puta.
Me odio por desear que al
final de la sesión me hagas el amor, o me folles, y hagas retorcerse de placer
mi cuerpo dolorido. Me odio por acudir a esa cita en la mazmorra alquilada,
muerta de miedo y por temblar cuando toco el timbre y la dueña me abre y me
dice “pasa tu Amo vendrá enseguida. Mientras te voy preparando”
Mientras “me
prepara” nota mis nervios y me dice “tranquila te va a gustar”, no es
solidaridad femenina, todo lo contrario.
Como una zombi, dócilmente, voy siguiendo sus instrucciones, ducha con esencia aromática, retoques de maquillaje, botas extremas y corset. Me excita el ritual de ponerme esas prendas para ti.
Atada y con
los ojos vendados me llega el olor de las velas encendidas. Oigo el timbre. Ella te abre la puerta, os oigo charlar
bromear. Luego empieza a sonar música clásica en la mazmorra, se que es la señal y te siento
acercarte.Como una zombi, dócilmente, voy siguiendo sus instrucciones, ducha con esencia aromática, retoques de maquillaje, botas extremas y corset. Me excita el ritual de ponerme esas prendas para ti.
-¿Cómo estás?-
me preguntas
- Esperándote- respondo, y me atrevo a decirte - trátame bien, tengo miedo- pensando que eso pueda ablandarte.Me besas en los labios, respondo al beso y trato de alargarlo pero te retiras y me abandonas en mi oscuridad.
Poco después la polea tensa mis brazos, me pongo de puntillas para no quedar colgando y trato de mantener el difícil equilibrio sobre las botas, comienza el dolor en mi cuerpo estirado al máximo.
Me mantienes
en esa posición un rato, noto cómo me observas. Poco después vendrá el primer
golpe que será solo el comienzo de una larga tarde en la que te entregaré mi dolor
Oigo tus
pasos alejándote hacia la puerta de la mazmorra. Tengo en mi boca el sabor de
la tuya y casi te siento aún dentro de mi. El placer final me ha relajado. Mi
cuerpo está sudoroso y con restos de cera. Mis nalgas y espalda ardiendo. En
mis pezones se ha instalado un agudo dolor. Mis ojos continúan tapados. Estoy acurrucada
tumbada en el camastro.
Ella entra en la mazmorra y viene hacia mi
-“Ven a la ducha, ya te puedes quitar el antifaz”-
Me miro en
el espejo del baño. El rímel corrido siguiendo los surcos de las lágrimas hasta
los labios, restos de cera en mis pechos, en mi vientre, en las ingles, sobre
las medias. Me miro la espalda llena de estrías rojas y las nalgas, una de
ellas totalmente blanca, no ha recibido un solo golpe, la otra totalmente roja. Comienzo a llorar de nuevo y ella trata de tranquilizarme.
La ducha me calma el ardor. Luego ella me da crema con la lejanía y
profesionalidad de una enfermera.
Salgo a la
calle, hace viento y fresco. Voy vestida de vaqueros con zapatillas de
deporte, pelo recogido en una coleta y sin maquillar. Vuelvo a casa paseando,
veo gente en las terrazas, los miro con curiosidad, me resultan lejanos, como
de otro mundo, un mundo plano.
Te envío un
mensaje.
Gracias Mi Señor.
Me duele todo el cuerpo pero soy feliz. Úsame, como quieras, soy tuya.