viernes, 17 de enero de 2014

Viaje de una Perrita

No soy su mujer, ni su novia, ni su amante, ni su secretaria, ni su cómplice, ni tan siquiera su amiga.

 Bajo estas premisas era difícil pensar en unos días de vacaciones con mi Amo. No sabía cómo afrontarlo, cual debía ser mi papel. ¿Me permitía mi papel tomar iniciativas o debía esperar siempre que decidiese Él qué hacer y donde ir? ¿Debía mantener siempre mi posición sumisa o en algún momento podía alejarme algo de este role y tratar de aproximarme más a una situación de pareja? ¿Qué ropa debía llevar?, y mil otras cuestiones que pasaban por mi cabeza pero todas se podían resumir en una sola ¿Qué esperaba Mi Señor de mi?

 La maleta era inmensa, suele ocurrirme, pero en este caso lo era mas que de costunbre ya que contenía un apropiado vestuario vainilla, casi todo casual, combinado con mi ropa de “objeto”, -sexy, pero no evidente- . Metí también algo mas bdsm; corsets, cuero, latex y por supuesto mi arma preferida, la lencería.



 Repasé algunos artículos sobre las geishas, creía que esa podía ser la actitud adecuada, sumisa, pero a la vez una compañera culta y sofisticada que pudiera estar a la altura de sus exigencias en un viaje de invierno por los pueblos cuna del arte la gastronomía y el “dolce far niente” italiano.



 Desde el primer momento del encuentro me demostró que mis preocupaciones no tenían sentido que Él si sabía lo que quería de mi y cuál era mi papel. Me coloco un collar de perra nada mas verme. No mi precioso collar negro con mi nombre “ryna” en letras de piedrecitas brillantes, sino un collar comprado en una tienda de mascotas. Era un collar áspero y su roce no me permitía olvidar ni por un momento lo que soy su perra ¿Cómo no me había dado cuenta? ¿Cómo no lo había visto así?. A partir de ese momento todo fue mucho más fácil. Cuando nos cruzábamos por la calle con una persona paseando a su perro yo miraba al animal con absoluta complicidad y sentía que él se daba también cuenta de que éramos hermanos. Aprendí en los parques, mientras hacía deporte, cómo una perrita debe comportarse con su Amo. Jugar con Él, si, pero sin ser demasiado pesada, más bien estar siempre dispuesta a jugar cuando a Él le apetecía. Estar pendiente de sus deseos y conocerlos incluso antes de que Él mismo se hubiese dado cuenta que los tenía.



 No renuncie tampoco a ser su geisha, una compañera de experiencias culturales, charlas y cenas. Ni que decir tiene que mi cuerpo estuvo siempre a disposición de lo que Él decidiese hacer con él. Esperaba ansiosa que lo usase y me desesperaba si no lo hacía. Quería servirle sexualmente, demostrarle el placer que le puedo dar. Pero Él jugaba magistralmente con el deseo, tanto el mío como el suyo y nunca ocurría lo que yo pensaba. Usé todas mis herramientas, ahora entiendo que infantiles, de seducción, pero era Él quien decidía cómo y cuando, demostrándome una vez más su control mental sobre mi y sobre él mismo.

 Dormía al pie de su cama en una camita de perra improvisada con unas mantas del hotel. Desnuda entre esas mantas mi cuerpo trataba de encontrar la mejor posición para adaptarse al suelo rígido de madera. Gemía y aullaba bajito sabiendo que solo podía haber dos respuestas, el acceso a su cama o la descarga de su cinturón sobre mi espalda, aun así merecía la pena intentarlo.



 Como todas las cosas buenas, el viaje pasó rápido. Volví con marcas en mi espalda y la satisfacción de ser más suya. Su geisha, su compañera, su puta.