“La exhibición es parte de tu
formación como objeto, un objeto que debe ser también disfrutado por otros y
que a mí como tu dueño me enorgullece” Master Rais
Tengo que
reconocer que soy una mujer coqueta, probablemente como todas. Siempre me ha
gustado elegir mi vestuario y cuidarme. Notar las miradas, disimuladas de los
hombres y otras más descaradas de algunas mujeres. ¿Vanidad?, si claro.
La primera
vez que mi Amo que me iba a exhibir pensé que no sería nada nuevo para mí, lo había hecho y hablado con amigas en
discotecas y bares. Pero fue algo muy distinto, no se trataba de mostrar lo que
yo quería enseñar y a quien quería hacerlo, se trataba de mostrar lo que los
otros querían ver, aunque yo pensase que no tenían el derecho. Mi opinión no
importaba, tampoco si me sentía más o menso cómoda, eran ellos los que tenían
que disfrutar.
La primera
vez fue en una inauguración de una galería de arte. Mi Amo me había dicho que
era el sitio ideal para sentirme como una de aquellas obras expuestas. Un
objeto de arte, pero objeto
al fin y al cabo. Quería que experimentase esa sensación de ser observada como
un objeto, sentirme como tal.
Me pareció
una idea divertida, hasta que me llegaron las instrucciones de vestuario y
comportamiento. Era verano, falda corta pero no demasiado, sandalias de tacón
extremo, blusa con botones delanteros, prohibido el sujetador. Maquillaje muy
cuidado pero discreto. Sonreír y ser amable con quien se acercase, pero
manteniendo siempre una actitud tímida. No proteger mi cuerpo con brazos, bolso
o carpeta si alguien lo miraba con descaro. Me empecé a poner más nerviosa, no
era lo mismo que ir con las amigas a una disco, vestidas para matar y reírnos
un poco de los tíos que se nos acercaban.
Llegué con
mi Amo a la galería. Me empecé a sentir
incomoda. La blusa de seda me acariciaba los pezones y los endurecía, prefería
no comprobarlo en un espejo pero veía las miradas de los hombres con los que me
cruzaba. Instintivamente me protegí con el catalogo de la exposición. Enseguida
recibí la amonestación de mi Amo y corregí mi postura.
“¿Ves esas obras? Mira como las
observan. Las miran, las disfrutan, las desean y valoran si pueden comprarlas.
Quiero que te vean a ti así y que tú te sientas parte de esta exposición, un
precioso objeto más. Desabróchate un botón de la blusa y pasea sola mientras yo
charlo con alguien que conozco”
Me
desabroché el botón sorprendiéndome a mi misma de hacerlo y pasee por la
exposición. Al soltar el botón los pezones se liberaron un poco y me sentí
mejor. La gente se conocía y yo era de las pocas personas que deambulaba sola.
Me di cuenta que era también de las más jóvenes. Noté cómo los hombres me
miraban y traté de sentir lo que me había dicho mi Amo, -soy un objeto-
Se me acercó
alguno, con esa torpeza masculina, para hacerme una pregunta que demuestra que no
sabían nada ni de arte, ni de seducción, ¿qué
te inspira esta obra?. Seguí las instrucciones de mi Amo, sonreí y fui
paciente, mientras veía cómo la vista de mi interlocutor iba sobre mi escote
ignorando el cuadro del que hablábamos. Sentí esa sensación de objeto que me
había dicho mi Amo, desconcierto, vergüenza.
Mi Amo me
rescató. Paseamos juntos me presento gente y me dejaba con el que me había
presentado mientras él saludaba a otros.
-¿Cómo te has sentido?-, me preguntó mi
Amo cuando nos íbamos
-fatal, algunos me han hablado como si fuese
una puta que te has traído a la exposición?-
- ¿y no crees que tienen razón?-
Dudé pero
respondí –si claro- respondí. El sonrió
Yo también
sonreí a los cuadros con complicidad mientras os marchábamos
Desde
entonces han sido muchas las ocasiones en las que he sido exhibida. El entorno
ha cambiado, desde sitios convencionales a los más sórdidos, pero mi
sensaciones siguen siendo las mismas, incomodidad, vergüenza y humillación, pero sobre todo una enorme alegría al ver la satisfacción de mi Amo y de convertirte poco a
poco en ese objeto que el desea.